Se me olvidó silbar.

Se me olvidó silbar.
Morir, dormir... ¿dormir?Tal vez soñar.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Chapter 10.

Los días pasaban lentamente, la rutina me iba absorbiendo poco a poco, en realidad mis días se resumían en el trabajo, supongo que buscaba en él una forma de escapar de la cruda realidad que se había forjado hacía ya dos meses. Todo en mi vida había cambiado, aquel país que me había ofrecido tanto ahora me resultaba totalmente desconocido, gente, gente y más gente, todos extraños, se movían demasiado rápido a mí alrededor haciendo que me sintiera desprotegida ante todo. Pasaba las horas en casa delante del televisor apagado, paseaba por la casa intentando encontrarlos al entrar en una habitación, al recorrer el pasillo o simplemente al sentarme en el sofá donde pasábamos los tres juntos los domingos por la tarde a base de palomitas y unas cuantas películas esperando resignados al odioso Lunes. Nada, no paso absolutamente nada, una parte de mi creía que me estaba volviendo loca, la otra… también, supongo que las circunstancias se desarrollaron demasiado rápido como para que yo pudiera asumirlas y eso estaba haciendo que poco a poco fuera muriendo yo también.
Este ya no es mi sitio, dejó de serlo hace ya dos meses. Necesito irme, cambiar de aires, desconectar… o al menos intentarlo, encontrar algo que llene este hueco vacío que está acabando conmigo o con lo que queda de mí, empezar de nuevo y regalarme lo que podría ser una nueva vida. ¿Volver a casa? No, eso sería demasiado fácil, creo que ahora lo que necesito es un gran reto, algo desconocido, algo en lo que de verdad me sienta importante, y por un momento lo supe: la India.
A la mañana siguiente volvía al trabajo, pero esta vez con un poco más de luz en la cara, supongo que la idea de irme me había devuelto la posibilidad de sonreír. Me senté en mi mesa de trabajo y ordené algunos papeles que había dejado por medio el día anterior haciendo tiempo mientras mi jefe salía de su despacho en el que estaba reunido, según me habían dicho, más de una hora. Por suerte solo tuve que esperar quince minutos. Me levanté de mi asiento, me coloqué bien el pelo y alisé con mis manos aquella  falda beige que se había arrugado un poco por el trayecto.
-Buenos días.
-Hola Adriana, por favor siéntate. Dime qué te trae por aquí.
-Pues verá… me voy de la oficina.
-Pero, ¿qué estás diciendo?
-Sí, bueno… siento no habérselo comunicado antes, pero la decisión ha sido muy repentina, necesito cambiar de aires y esto no me puede ayudar. Espero que lo entienda.
-Me pillas un poco desprevenido, ¿no prefieres replanteártelo? Podemos llegar a un acuerdo, quizás… más horas libres o…- No le dejé terminar la frase:
-No he venido aquí a pediré una mejora del contrato, sino a presentar mi dimisión. Estoy muy a gusto con usted y con todo el equipo, pero desde que pasó aquello puede notar que no he sido la misma y creo que esto puede ayudarme, de todas formas gracias por su insistencia.
-No me las des, es lo mínimo, te echaremos de menos, eres una gran  profesional, todo notaremos tu falta.
Después de eso me levanté y le tendí la mano.
                -¿Cuándo habías pensado marcharte?
                -Dentro de dos días, estoy retocando el último reportaje que me dio, esta tarde estará listo.
                -Bien. Antes de desearte lo mejor, una cosa más: ¿te importaría buscar una suplente?
                -Claro, me pongo ahora mismo.
                -Adriana.
                -¿Si?
                -Te deseo toda la suerte del mundo.
Se acercó apartando su gran silla de piel, rodeo con un poco de dificultad su escritorio debido al poco espacio que quedaba entre este y la pared. Luego me abrazó y otra lágrima se apoderó de mí. Le echaré de menos.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Chapter 9.

Una vez dentro de casa una extraña sensación se apoderó de mi, estaba más vacía que nunca, no había ruido, ni risas, no había nada ni nadie, estaba, por primera vez en tres años realmente sola. Entré en la habitación de Bárbara, me sentí tremendamente incómoda. Sobre su mesilla había una foto en la que aparecíamos los tres en Madrid las Navidades pasadas. Sonreí. Seguí echando un rápido vistazo examinándolo todo, tantas cosas ahora sin dueño, tantos recuerdos encerrados… fui a la habitación de Mark y de nuevo esa sensación, me senté en la cama y acaricié un osito de peluche que le regaló Bárbara cuando hicieron un mes juntos, yo, por esos tiempos aun no los conocía pero en ese momento sentí ese recuerdo como mío. Miré por la pequeña ventana que había al lado de la puerta, coches, gente y alboroto, vidas ajenas inmunes a mi dolor, niños con toda una vida por delante pasean con sus abuelos, ejecutivos cargados con sus maletines preocupados por no llegar tarde a una reunión en la que probablemente pasarán desapercibidos, vendedores que esperan a la presa perfecta para ofrecerle un producto que le venderán como milagroso, gente, sí, eso… gente, con metas, propósitos, planes y sueños, tantos y tantos sueños los cuales pueden desaparecer en apenas unos segundos, aquellos que esperas con cariño, que los preparas con ilusión y los cuidas con amor…y que luego, sin saber por qué desaparecen; sí, eso son los sueños: cosas de cuentos que no entienden de mortales como nosotros.
Cerré lentamente la puerta, me quedé mirando el salón durante un instante, de nuevo tantas y tantas de sus cosas seguían colocadas en las estanterías, bien ordenadas y esperando impacientes a sus dueños sin saber que nunca volverán a ser usadas por ellos. Las dejé allí, los padres de ambos me dijeron que vendrían a recoger  todo aquello que en un pasado aun muy reciente les había pertenecido. 

viernes, 3 de septiembre de 2010

Chapter 8.

La pequeña televisión de la habitación estaba encendida a pesar de que no le hiciera mucho caso. Una enfermera entró a la habitación con unos papeles en la mano.
                -Bueno, todo está en orden, ya puedes irte, tienes que pedir cita en la planta dos para que te vayan revisando mensualmente el brazo, por lo demás estás sana como un roble.- Terminó bromeando y dedicándome una sonrisa la cual no tuvo respuesta alguna por mí parte. Cogí los papeles y me puse en pie, mi madre iba tras de mi sin decir nada simplemente me seguía a través de esos fríos pasillos que me causaban un gran agobio. Cogimos el ascensor hasta la planta cero, ya pediría cita por teléfono, ahora lo único que quería era salir de allí, nos dirigimos al parquin en el cual mi madre tenía aparcado su viejo Citroën rojo. Creo que fue puro instinto, me dirigí al asiento del conductor pero cuando fui a abrir la puerta me eché atrás, retrocedí y me sentí de nuevo vulnerable, así que manteniendo mí estado de silencio me di la vuelta y le cedí el volante a mi madre.
                -Sé que no estás pasando por un buen momento cielo pero… ¿vuelves conmigo a España? Encontrarás trabajo pronto, eres buena reportera, lo sé, puedes vivir con papá y conmigo, ahora que tu hermano se ha independizado tenemos aun más sito, así no tienes que preocuparte ni de cocinar, ni de absolutamente nada, además aquí ya no haces nada…
                -Me quedo.- Le dije contándole la frase.
                -Pero, pero… piénsalo, no puedes quedarte aquí sola.
                -No me importa estar sola, me quedo.
Después de eso no volvimos hablar en todo el viaje, permanecí en silencio, sentada en el asiento, con los brazos cruzados y la mirada perdida en la carretera.
Al llegar a casa ella fue la primera que bajó del coche, luego se dio la vuelta y abrió mi puerta para que yo saliera. Me miró fijamente a los ojos, yo bajé la cabeza y salí del coche. Me dirigí hacia la puerta de entrada, saqué las llaves del portón y le pregunté sin apenas mirarla si quería subir.
                -No gracias, mi avión sale en una hora.- Se acercó y me besó la frente.- Sabes que puedes venir siempre que quieres. Te echaré de menos
                -Y yo a ti.
Abrí la puerta y vi como se alejaba lentamente, tal vez con la esperanza de que rectificara por un momento y me lanzara a sus brazos como cuando era pequeña, pero mi reacción fue a su desgracia diferente, cerré la puerta y esperé al ascensor.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Chapter 7.

Lo viví de nuevo, esa sensación de agobio se sumergió en mis más profundos sueños. Las imágenes pasaban veloces, tampoco necesitaba mucho tiempo, estaba grabado a fuego en un lugar del que las cosas no se escapan tan fácilmente, en la memoria, y donde es aún peor, en el corazón.

Desperté a las tres horas y media, de nuevo en la misma cama, nada había cambiado, todo seguía exactamente como lo dejé. No me extrañó tampoco. Me giré y busqué la mirada de una enfermera que controlaba los sueros, intenté alcanzar su brazo, pero estaba muy lejos, o al menos en ese momento yo lo vi así, ella se acercó ágilmente y me tendió la mano.
                -¿Necesitas algo?
                -Mark, ¿sabe algo de él?
                -¿El chico que iba contigo en el coche?
                -Sí, sí, ¿puedo verlo?
Hubo un gran silencio, me apretó la mano con fuerza y me miró a los ojos.
                -Lo siento, había perdido mucha sangre, no pudimos hacer nada.
Y de nuevo esa sensación de ahogo, una lágrima, otra, otra… hasta acabar en un interminable llanto. Mark. Me acarició la mano intentando consolarme, a estas alturas nadie podía hacerlo. Nadie. Repetí su nombre: Mark, y el de ella… Bárbara, ¿por qué? Iba todo tan bien, era su noche, aquella en la que se decían “te quiero” a cada segundo, a cada momento… su noche, aquella que habían hecho nuestra, risas, música, anécdotas… Cerré los ojos. Sentí de nuevo el faro de aquel coche, ellos dos en el asiento de atrás, cantando, juntos, felices, enamorados. ¿Y ahora? Nada, sí eso, nada, un dolor, un agujero en el pecho que no sabría explicar. Seguí llorando durante un buen rato hasta quedarme sin lágrimas, los ojos me pesaban y sentía que la cabeza me explotaría en cualquier momento, hubiera sido una buena solución, pero no tuve esa suerte, así que pasé los tres días que me quedaban en el hospital a base de recuerdos, de lágrimas y de miradas de pena que me dedicaba la gente después de enterarse del infierno que estaba viviendo. Mi madre no se separó de mi ni un momento como me había prometido, pasó esos tres días pegada a mi cama, sujetándome la mano intentando consolarme, pero no lo consiguió, me contaba historias, recuerdos de su infancia, en ese momento su única meta era distraer por un solo momentos mis pensamientos, pero nada, al segundo día se dio por vencida, ya casi no hablábamos, me pasaba las horas mirando el techo como si intentara encontrar en él una especie de máquina del tiempo para poder volver atrás.
No pude despedirme, darles las gracias, decirles que les quería, que eran mis amigos, mi familia. Me siento sola, sí, sola y perdida en entre estas cuatro paredes, encerrada en el pasado negándome al presente, con una máscara en los ojos que me impide ver más allá de aquel accidente en el que pude decirle adiós a mi vida y ver a la muerte de frente.